KWAI CHANG CAINE
Un chino entró al bar y pidió un café. Un tipo fortachón que reparó en su presencia lo enfrentó. «¿Qué hace aquí un maldito chino?», dijo, suponiendo que el chino era un comemierda más, de los tantos que había echado del bar. «No quiero problemas, amigo; solo deseo tomar mi café e irme», dijo el chino, sin voltearse siquiera, y sin inmutarse lo más mínimo. «Mil pesos a que le parten el culo al chinito», dijo uno, comparando la apariencia enclenque del chino con la figura imponente del fortachón. «¡Hecho!»”, aceptó el otro, que con los años había aprendido a dudar de lo obvio. El fortachón avanzó hacia el chino, que consciente de sus intenciones se puso de pie y le esperó sereno, colocando lentamente la taza sobre la barra. Y, contrario a lo que la mayoría esperaba, el fortachón molió a golpes al chino, que no sabía nada de artes marciales.
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